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Socios de Honor
EDUARDO GUERRERO DOMÍNGUEZ, poeta y escritor
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Nació Eduardo Guerrero en Jódar el día 13 de octubre de 1908. Hijo de Juan Guerrero Martínez y Mª Dolores Domínguez Herrera. De pequeño, se cría en casa de su tío Manuel Mengíbar López, “Manolillo el del horno”, el cual no tenía hijos. Asiste a la escuela por poco tiempo, desde los ocho a los doce años, con D. Pedro A. Herrera Mendoza, padre del que fue boticario de Andaraje D. Juan Herrera. Desde esta edad, hasta su marcha al servicio militar a Ceuta, trabaja en la panadería de su tío, siendo su ocupación la de cerner harina en el torno; pero su principal pasión era la lectura; aprovechaba la monotonía de los ratos en los que le daba a la rueda para leer todos los libros que caían en sus manos; construyéndose una especie de atril que adosado al costado del torno le servía para apoyarlos y leer con más facilidad.

En esta época de su juventud aprende a tocar la guitarra él solo, pasando a formar parte de la rondalla que se constituyó en los años 20, compuesta entre otros por Juan Mesa, Nicolás el Herrero, Juan el Zapatero, Perillo (el padre de D. Pedro Martínez Montávez) y D. Manuel García Salas, director de la Banda de Música, actuando en todas las fiestas de carnaval que se celebraban por aquella época.

A su regreso del servicio militar se casa con Dª Concha Pérez González, no teniendo hijos de su matrimonio. Durante la Guerra Civil es movilizado de nuevo y pasa todo el tiempo de la contienda destinado en la Caja de Reclutas de Úbeda, siendo por su conducta intachable muy apreciado y respetado por sus jefes.

La siguiente etapa de su vida la pasa trabajando en el horno de su tío, que pasa más tarde a su propiedad hasta su jubilación.

Ha colaborado en programas de radio y ha escrito multitud de artículos y poesías para revistas y periódicos importantes: Ideal, ABC. , Blanco y Negro, etc., solicitándole algunos hacerlo de plantilla y denegando cuantas ofertas le ofrecieron, por lo que desde aquí animamos ahora, a su familia a hacerlo y que no se pierda la obra de este genial poeta y escritor.

El verdadero mérito que hay que atribuirle a Eduardo es haber sido autodidacta. Su musa y maestra ha sido la vida y su compañero inseparable un libro, ambos han sido los forjadores de su buen hacer y su manera de ser.

A esta semblanza hay que añadirle las dificultades de la dura posguerra, la quema obligada de su Biblioteca, las penalidades..., pero también Eduardo Guerrero fue Socio de Honor de la Asociación Cultural “Saudar” y en 1988 la ciudad le tributó a él y a su hermano Elías, un cálido homenaje, participando todas las instituciones y personalidades de Jódar. Fue amigo, junto con su esposa, de Imperio Argentina, Concha Piquer o Bette Davis, cuyas dedicatorias publicamos.

Con su muerte, se cierra una etapa en la historia poética de nuestra ciudad, su faceta de autodidacta, su musa fue la vida y su compañero inseparable: el libro. Su sentido crítico de la vida, llenó sus escritos de sátira o alabanza en un lenguaje sencillo y fácilmente comprensible. Así fue Eduardo Guerrero Domínguez, con él finaliza la saga de “los Guerrero”: Elías, hace unos años, Redención apenas unas semanas antes de la muerte de Eduardo... Desde éstas páginas nuestro pequeño homenaje y gratitud.

 

Ildefonso Alcalá Moreno

Presidente de la Asociación Cultural “Saudar”

 

A EDUARDO GUERRERO DOMÍNGUEZ

“In memorian”

 

Toda su vida activa, que ahora se puede evocar desde su muerte, la ha repartido entre su oficio de panadero, el amor a Conchita -su mujer- y a sus hermanos,  el cultivo de la poesía y la prosa, y la amistad con la que nos ha honrado. En este caso, desde que a través de su hermano Elías, nos unió en tertulias literarias, colaboraciones en  “Saudar” y en visitas esporádicas a su casa en los últimos años de su vida acompañado de Alejo, Carmelo, Pepe Ruiz, Ildefonso ....

Creo, sin temor a equivocarme que se ha leído a nuestros clásicos y ha andado y desandado entre ellos como un amigo o un familiar de todos, sobre todo de Quevedo. De ahí sus textos poéticos, su ser, su sentir humanista, abierto, universalista y trascendente, ajustado a la métrica.

Su poesía siempre dice algo y lo sabe decir. Cada uno de sus versos nos transmite reflexión, humanidad, ironía, sarcasmo, humor según el tema tratado.

La picaresca escondida en sus ojos llenos de imágenes del ayer y del hoy que nos ha legado en múltiples poemas. Su risilla, su filosofía de la vida, y su timidez, su tozudez en no publicar su obra. Podemos encontrar algo de ella en los programas de festejos de la Torre de Juan Abad (Ciudad Real), y desde que entró en contacto con SAUDAR, en nuestra revista y también  en “Galduria”, de la mano de su hermano Elías.

Eduardo ha sido para mí, y para los que hemos estimado su amistad, un hombre fiel a unas creencias firmemente afincadas en su alma, con un extraordinario bagaje cultural, forjado en el conocimiento de la cultura a través de la literatura y la historia.

La poesía ha sido para él creación para disfrutar, agradecer y expresar con justeza sus pensamientos y sentimientos en el incierto límite del que la lee o del que la escucha.

Con Eduardo se cierra la saga de los GUERRERO que han sido ejemplo de constancia, trabajo, sacrificio y honradez en el JÓDAR del siglo XX.

No hemos de olvidar a las personas que a pesar de su sencillez,  nos han dado lecciones de humanidad, convivencia, tolerancia y solidaridad por encima de ideologías y creencias.

¡Eduardo!, mientras yo viva no olvidaré tu amistad, tu cercanía, tu manera de ser, tu sabiduría, a pesar de  pertenecer a generaciones muy distintas, pero cuando se estima a las personas y se aceptan sus pensamientos, se comparten inquietudes, se apoyan iniciativas y se estimulan recíprocamente,  se consigue la simbiosis de lo viejo y lo nuevo como savia nueva que alimenta el proyecto de futuro.

¡Hasta siempre, Eduardo!

 

Manuel López Pegalajar

Director de la Revista Cultural “Saudar”

 

EDUARDO GUERRERO,

al trasluz: Tributo a su amistad

 

“Cuando la pena nos alcanza/ por un compañero perdido/ cuando el adiós dolorido/ busca en la fe su esperanza./En Tu palabra confiamos/ con la certeza en que Tú/ ya les ha llevado a la vida/ ya le has devuelto a la luz”.


 

Para los cristianos, bien es cierto que la Muerte no es el final, quedando el recuerdo en el corazón, aunque la ausencia hipoteca el alma de todos cuantos conocíamos a Eduardo Guerrero, buen hombre, pero sobre todo un gran amigo; ejemplo para nuestro tiempo pese a no encontrar el eco merecido.

Exceso de calificativos entornan su polifacética vida, pero mi pequeña aportación se concreta en resaltar el rasgo más atrayente de su personalidad, merecedora del homenaje de todas las personas de pensamiento: su condición de intelectual independiente, haciendo una lúcida descripción de la realidad social, con un trasfondo crítico incluido en su interés por la verdad.

Su lección de sabiduría se manifiesta ostensiblemente a lo largo de su trayectoria poética. Con independencia de analizar su preceptiva literaria, para lo cual no estoy facultado, si cabe reseñar que cultiva un amplio abanico que abarca desde su sátira Quevediana, pasando por la poesía social del veintisiete, sin eludir el clasicismo de Campoamor. Todo ello marcado por la sencillez frente a la arrogancia estilista, dando primacía a la privaticidad sobre lo público, rechazando ofertas de importantes editoriales, lo que lamentablemente impide que su obra no haya visto la luz para satisfacción de los amantes del género. En cualquier caso, su obra engloba una copiosa labor literaria atesorada por las humildes paredes del horno que le vio nacer.

Centrándonos en su personalidad, en el plano espiritual es hombre de escasa religiosidad, pero de profundas convicciones traducidas en ademanes que tildan al personaje receptivo de la auténtica esencia evangélica; desconocida por quienes, militando en la hipocresía, vanagloriaron su desprestigio en la posguerra y actualmente arrojan toda clase de alabanzas tras su muerte: es el resurgir del cinismo y del espíritu camaleónico tan en boga en nuestros días.

En lo humano, republicano convencido, aunque bordador de pañuelos de educación que le hacían depositario de sentimientos de admirable respeto hacia la Monarquía encarnada por la figura de Don Juan Carlos de Borbón. Ejerciendo a la vez una tolerancia hacia otras formas de pensamiento ideológico que lo convertían en acreedor de una honestidad encomiable por quienes profesamos distinto credo político: nuestras diferencias se ensamblaban, aun embarcados en distintos navíos nos dirigíamos a un rumbo común. La lucha fratricida del treinta y seis motiva el desencanto y la frustración por la proclama anhelada del catorce de Abril “Ambos bandos no tienen suficiente honor para mirarse a la cara”, afirmaba él.

La dignidad humana que le caracterizaba se consolida in extremis con su proceder altruista, jactándose de pertenecer a la Cruz Roja, único ejercicio de presunción que evidenciaba. Todo ello trae su causa en la intervención que sufrió bajo los auspicios del ilustre bisturí del Dr. D. Victor Manuel Nogueras y al que insistentemente agradecía por alimentar su proyecto vital. Es el inicio de nuestra amistad, cuando ambos pertenecíamos a la Asamblea Local de la Cruz Roja, convirtiéndonos en deudores de sus infinitos detalles, especialmente la composición del Himno a la Cruz Roja, así como su incondicional colaboración con nuestra Institución. Surge pues un vínculo con los Guerrero que se acrecienta en las tertulias de sobremesa, siendo el horno fedatario de cuantas vivencias, vicisitudes y contrariedades nos transmitían estos magníficos catedráticos de la vida.

Tal derroche de humanismo asistió nuestra última conversación sobre la preocupación constante de Eduardo: el problema de los Balcanes. Conflicto que le lleva a realizar su composición literaria “Adiós Novios de la Muerte, que tengáis mucha suerte” reflejo de una Oda a la Legión Española, por la labor humanitaria que llevaron a cabo en los antiguos países yugoslavos.

En definitiva, todo el cúmulo de virtudes expuestas sobre la personalidad de Eduardo Guerrero tal vez roce de pedantería, pero no extraigo defectos que atribuir, siendo de obligado cumplimiento evitar deambular en lo inédito cuantas cualidades concurren en mi inolvidable amigo.


Cesa pues el espíritu generacional, un estilo de vida, con la muerte del último de los hermanos Guerrero, en la confianza de que Eduardo goza de la vida eterna junto a sus queridos hermanos Elías y Redención, manteniendo su espíritu agitador de las musas que inspiraran a las trompetas celestiales de Tiépolo para que entonen melodías sobre sus versos.

 

Carlos A. Ramírez Fernández

Ex-Presidente Cruz Roja en Jódar

 

LOS HERMANOS GUERRERO

Los hermanos Guerrero Domínguez, Eduardo y Elías, han sido siempre para mí unos nombres, y unos hombres, entrañables. Empecé a oír hablar de ellos va ya para muchos años, de niño: recuerdo que mi padre los mencionaba con frecuencia, cuando a Jódar y a sus grandes amigos del pueblo se refería. Por ello, para mí estuvieron siempre vinculados a la clara e intensa juventud de mi padre, que para mí ha constituido siempre un mágico mundo de sonidos y de colores.

Después, a medida que les he ido conociendo más, hablándoles, sobre todo escuchándoles (porque los dos, cada uno a su estilo, son personas que ante todo merecen ser escuchadas) me han crecido en respeto y cariño, en profundísimo aprecio humano e intelectual. He llegado a comprender exactamente el porqué de muchos juicios y apreciaciones de mi padre sobre ellos. Me han abierto siempre horizontes: de muchas cosas que creía perdidas, pero que estaban, sencillamente, adormecidas. Y ellos han contribuido a que despierten, con enorme viveza.

Hay mucho de sabiduría profunda de la existencia en ambos, por separado y conjuntamente. No sólo por lo que saben y lo que cuentan (son unos excepcionales conversadores) sino también, y ante todo, porque se complementan. No sólo son hermanos en lo físico, sino en su propio comportamiento y estar humanos. Eduardo y Elías, Elías y Eduardo, me han parecido siempre dos maneras complementarias, juntas, de opinar, de pensar, de sentir, de vivir. Dos maneras tan diferentes como inseparables. Dos maneras hermanas.

 

Pedro Martínez Montávez

Hijo Predilecto de Jódar

 

LOS GUERRERO Y SU TIEMPO

 

Existe un refrán castellano que dice que al final de cada quién, cada cual se queda en lo que es. Pero de lo que no habla esta conocida sentencia es de las peripecias pasadas hasta llegar a ese “quedarse en lo que se es”. Creo que fue Lope de Vega el primero que dijo aquello de que “España trata como madrastra a sus hijos más verdaderos”. Esto no deja de ser cierto en el caso de la familia que homenajeamos hoy. Espectadores ( desde el ámbito rural del pueblo en el que le ha tocado la suerte o la desgracia de vivir) de las convulsiones sociales y políticas en casi todo lo que va de siglo, su personalidad como ciudadanos se destaca inconfundible en el Jódar de la pre-guerra, en el de la guerra y en el de la posguerra, llegando hasta hoy mismo, inconfundible y octogenaria.


Españoles hasta la médula, herederos de una tradición cultural como la nuestra que participa de lo popular y de lo culto, los hermanos Guerrero han frecuentado en el diálogo de la tertulia o en la soledad de la lectura a los autores más sublimes de la historia de nuestro pensamiento. Han sabido hacer compatibles, con una dignidad envidiable, el trabajo de sus manos con la aspiración de su cerebro, sin menoscabo de ninguna de estas dos cosas, algo casi imposible de conseguir en este país nuestro.

Entre las muchas y ricas facetas que honran a esta familia yo destacaría tres: su devoción por la cultura, su linaje liberal y republicano, y su dignidad como ciudadanos, por encima de todas ellas. Es difícil trazar la división entre unas y otras, porque si, por un lado, su devoción por la cultura lleva implícita la idea de la liberación del hombre (la única hasta ahora verdadera: la personal), también conduce, inevitablemente a la noción de libertad, inseparable para ellos del ideal liberal y republicano. Todo este se alía y se corresponde con su dignidad como individuos dentro de la estructura social, con su concepción de la función pública como un servicio y no como un lucro, atestiguada en las actuaciones personales tanto de la madre como de los hijos.

Recordemos, por si alguien no lo sabe o la memoria le traiciona, que la madre de los Guerrero (María Dolores Domínguez “La Chica”) fue Alcaldesa de Jódar durante algún tiempo de la II República por el partido que lideraba D. Manuel Azaña, Izquierda Republicana; partido al que los Guerrero siempre fueron fieles.

Yo he observado que dentro de su dimensión cultural, los Guerrero han cultivado siempre, y cultivan incluso hoy, su devota dimensión “Azañista”. Cosa lógica dada la impronta cultural que imprimía D. Manuel Azaña a todas sus preocupaciones políticas y sociales.

Los Guerrero pertenecen a esa España que se fue y no ha sido porque el egoísmo, el fanatismo y la intransigencia no la dejaron ser, a esa España en la que aún reverberaba el eco de la famosa frase de don Joaquín Costa, “Despensa y Escuela”, en donde la Escuela iba siempre por delante. Hoy son otros tiempos los que corren.

Nadie inmediatamente culto puede hoy pasar por alto el hecho de que a partir de 1936, España se convierte “en un trozo de planeta por donde cruza errante la sombra de Caín”. No fueron suficientes tres años de guerra. No fue suficiente la victoria del vencedor sobre el vencido. El vencedor quería ser más vencedor, para que el vencido fuese más vencido. Y después de la guerra vino la posguerra. Los vencedores, amparándose en un Evangelio que predica todo lo contrario, iniciaron la busca y captura del vencido. En cada pueblo. En cada familia. En cada casa. En cada libro. En cada frase. En cada palabra.

Durante una de aquellas oscuras noches de posguerra, Eduardo Guerrero tuvo que pegarle fuego en el horno familiar a gran parte de su biblioteca. Años difíciles. De aprendizaje en la cautela. Tiempo de silencio, repartido entre las labores de la panadería y la lectura de lo poco que se podía leer. Retiro casi monacal entre las cuatrocientas paredes de la casa. Mucho recelo y mucha incomprensión en los demás hacia una familia tildada de “rara” porque no “comulgaba” con lo establecido. Y lo establecido ya se sabe lo que era: el fanatismo, tanto político como religioso, aliados los dos en un siniestro mestizaje digno de la Inquisición en sus mejores tiempos. Así pasaron los Guerrero sus casi 40 años de travesía del desierto, su exilio interior, mucho más duro que el otro, sobre todo teniendo en cuenta que los pueblos en la posguerra española lo que realmente han representado ha sido la vanguardia de la represión ideológica.

No quiero pasar por alto una anécdota muy significativa de la época, de las circunstancias y de la entereza ética de esta familia. La madre de Elías y Eduardo no volvió a pisar más allá del escalón de la puerta de su casa, una vez que se hubo perdido la guerra. Murió en 1972. Sus hijos han podido asistir a toda la Transición política de los últimos tiempos desde una posición moderada, pero inequívocamente democrática.

Las pocas cosas que he dicho de ellos, las muchas que callo, su ausencia de resentimiento y el talante entre escéptico y humorístico, sobre todo lo divino y lo humano, con el que acompañan el tramo final de sus vidas les hacen merecedores del homenaje que hoy les tributamos.

 

Manuel Ruiz Amezcua

Poeta


A EDUARDO GUERRERO

Él es un heterodoxo

filántropo que, enigmático,

nos parece que se ha ido

cuando se pone de canto.

 

Esgrimidor furibundo

de yatagán afilado,

apabulla despropósitos

con ínclito desparpajo.

 

Snob de la picardía,

socarrón nada zangüango,

pájaro mosca que emite

su pregón epigramático.

 

Rozagante memorista,

ángel bobito magnánimo

que avizora el horizonte

con ademán escolástico.

 

Gran mosén de culebrina,

seminarista becario,

sabihondísimo erudito

con sayal carmelitano.

 

Buen mayoral becerrista

de majada del diablo,

caústico pillín indómito

aunque de apariencia magro.

 

Gato morrongo y alquimista,

yacaré brioso y yayo

que desparrama elocuencias

sobre parlamentos mágicos.

 

Picapedrero tenaz,

quitapesares atávico

cuyas garatusas métricas

nos sobrecogen el ánimo.

 

Somatén bravo y juicioso

que alguna vez se ha arriesgado

a cabalgar a los lomos

de jamelgos cojitrancos.

 

Quevedo de ciencia infusa,

chilindrín adelgazado

que con retruécanos fósiles

nos deja absortos, e impávidos.

 

Tataradeudo arqueológico

que va y se nutre, chupando,

como culebra reptante,

palodú deshilachado.

 

Y filisteo picaril

y palomo tan flemático

que todo enreda y resuelve

con estilo epigramático.

 

Y aquí se acaba este apólogo

esdrújulo y enigmático.

 

Alejo Godoy López

1 de mayo de 1988

 


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